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No tan lejos de la ciudad - La Independiente Revista
ciudad

No tan lejos de la ciudad

Lo sé, como la cancioncilla aquella de Muerdo. De hecho soy particularmente estúpido escogiendo este título. Pues, después de todo soy un intelectual que habla en la capital, que va de revolucionario y algo hablo indirectamente de la izquierda y del progreso. Como dice el cantante murciano, «soy parte del problema». Sin embargo, él también lo es, aunque nunca especifica cuál es el problema del que está hablando. Pero yo, yo no soy indolente, quiero llegar a verlo. Así, la prueba de ello es este artículo.

Elegí el dichoso título porque llevo una buena temporada tratando de alejarme lo más posible de la ciudad. No obstante, ya con los recursos mermados y sin poder vivir —¡todavía!— del viento, me veo obligado a volver a la gran ciudad, a Madrid, arreglar el CV y, como todo el mundo, buscar un trabajo remunerado. 

La vuelta a la ciudad ha traído consigo, por supuesto, la vuelta de los atascos, la ansiedad generalizada, los humos, los ruidos, la excesiva gente por la calle, la pérdida de vista del horizonte, el tiempo extasiado que convierte todo en una urgencia, la falta de contacto con la naturaleza…

Nuestra sociedad aspiracional capitalista se expresa y se exhibe con especial saña en las ciudades. Quizá ese aspecto sea el que nos aleje a muchos neohippies algo nihilistas de los núcleos urbanos. Porque existiendo también en el campo, es mucho más fácil que se te olvide a la sombra de un árbol o distraído observando el cauce de un río. Así, al menos no tienes tanta gente con la que compararte, a la que ambicionar su posición o ridiculizar con la tuya propia. No obstante, no debemos ser ilusos y en este mundo de caretas y marionetas solo podemos intentar ganar dinero y sobrevivir. Aunque evitemos mediante el pensamiento crítico caer menos en el juego del dinero. Es un esfuerzo inútil, ya que serías uno de los 4 frikis del mundo independiente de él.

De este modo, el dinerito te trata de decir que dejes de hacer el tonto con tanta revolución, subas de posición social. También susurra: «a ver si se os olvida de una vez, intelectuales capitalinos asquerosos, la conciencia de clase, que ya está bien, eso ya se pasó de moda». Todo ello para ganar más que tu vecino y ser más que él. Porque así puedes comprarte más regalitos, fliparte con el coche nuevo y en general tener un statu quo más elevado. Y esto pasa en las ciudades y en el campo, pero más en las primeras. En las segundas, si no tengo ese carácter tan competitivo, no pasa nada. Pues con tu dinerito ganado honradamente, te compras tu parcela minúscula, plantas tus tomates y ya puedes fumarte un porro y pensar que te has fabricado tu propia utopía rural.

Más allá de grandes aspiraciones, la ciudad también consta de intimidaciones. Ciudad, una palabrita como otra cualquiera, alberga núcleos urbanos, barrios, densidades de poblaciones, etnias, culturas, tradiciones… A veces hasta algún parque con árboles. Me parece curioso lo de que puedan tener entidad de capitalidad. Quiero decir, que suelen albergar y representar poderes políticos y económicos, ya sean municipales, regionales o estatales. Su intimidación va también por lo espiritual, ya que sin una catedral, según la Iglesia una ciudad, no es una ciudad. ¡Hasta Dios parece estar en la ciudad, cojones!

Tantas aspiraciones e intimidaciones, tanto polvo y plástico, tanta falsedad y ansiedad, hace lógicos el desaliento y el hastío de los urbanitas hacia su ciudad. La desnaturalización o alienación de individuos y comunidades en un contexto que premia egoísmos y competiciones, que casi parece tratar de castigar la cooperación, merma las ilusiones de todas y nos hace pensar en el campo y en la Pachamama como única esperanza.

Siento decir, y tiene cojones que lo diga yo, que odio la ciudad. Pero también siento decir que vivir en el campo normalmente es hasta más contaminante y menos sostenible que vivir en la ciudad. Sobre todo si estamos hablando de una ciudad mediana, de un tamaño que sea razonable, no de un monstruo de macrociudad como la mía. Se usa menos el coche (transporte público), porque los depredadores-parásitos humanos nos acumulamos en determinados puntos y no damos tanto por culo en los bosques; facilitando la gestión de basuras, de la energía y en general, de los recursos, etc.

Existen modelos ecologistas que predicen que habrá una cierta vuelta al campo de algunos urbanitas —yo me apunto—, ya que los nuevos modelos sostenibles de agricultura, sustitutos de la agricultura intensiva, exigen un mayor número de personas pendientes de los viveros. Estos modelos se basan en la permacultura y conllevan más producción de alimentos, pero necesitando más «capital» humano para cultivar y cuidar de la tierra. 

Pero quisiera volver a la canción, porque me sirve de excusa para hablar de determinados discursos actuales de «urbanofobia». Evitando juzgar moralmente a Muerdo como artista, ya que tiene derecho a decir lo que le venga en gana —¡faltaría menos!—, creo que sí que tenemos derecho a usar nuestro pensamiento crítico y aplicarlo a su discurso. Aplicándolo en el contexto latinoamericano, en Colombia o Chile, Venezuela o México, que creo que es su intención. Toda aquella letra parece tener mucho más sentido que en el contexto español, debido a la corrupción cruel y traidora de muchos políticos de izquierdas allá. 

Incluso teniendo en cuenta este contexto, su discurso alimenta contradicciones, como defender las tradiciones indígenas y la falta de conocimiento que, por ejemplo, les ha llevado a tener un patriarcado acuciante o a una actitud sumisa ante Estados Unidos. Como por ejemplo que venden niñas o siguen matando homosexuales. Y todo en la defensa del nihilismo egoísta del fluir —hacia donde a mí me da la gana, claro—. Del fluir y del aislamiento en una cabaña psicodélica de una estética neo-hippie-hipster-pijo-guay.

Por cierto, ese nihilismo, ese fluir mal entendido, ya fue el fin de los hippies de los 60. Pero es que, además, este discurso ataca gratuitamente elementos políticos que han emancipado al campo y al proletariado, también en América Latina. «La tierra es de quien la trabaja», ya lo dijo Zapata. No obstante, este nuevo discurso parece decir que, ante la dificultad de la vida en la ciudad, nos planteemos una existencia más relajada en el campo, insultando a la gente de ciudad y a la vez ensalzando el trabajo duro del campo. Pero sin atacar a los que han hecho miserable la vida en el campo, todo ello adornadito de plumas, mandalas y demás aderezo hippie

No siempre es este, pero discursos similares ensalzan la tradición, la astrología o la mística, la falta de conocimiento (no ir a la escuela, analfabetismo), y hasta la pobreza misma, porque da riqueza de «espíritu». Es decir, elementos cosificantes y conservadores que nos han mantenido esclavas. Todo esto en contraposición al progreso, que sea más falso o verdadero, ha sido nuestra único motor de evolución como sociedad.

De hecho la primera revolución, el primer cambio de paradigma, fue en el Neolítico. Cuando el ser humano se estableció en un asentamiento, sin tener que correr detrás de las «bestias». Pero no digo nada, volvamos a la Edad Media. ¡Claro que sí! Volvamos al franquismo, al patriarcado absoluto, a lo mejor es lo que quiere tu abuela que no fue a la escuela, pero tu abuelo sí que pudo ir, ¿verdad? Y a las calles sin asfaltar. ¡Volvamos! Volvamos al analfabetismo y a la ignorancia, por favor. 

En mi opinión, discursos así minan los esfuerzos de emancipación de los pueblos. Mina la búsqueda de métodos alternativos al sistema que les sigue esclavizando. Supongo que su opinión global no es tan diferente de la mía. No creo que Muerdo quiera que las macro-empresas alimentarias, que favorecen partidos neoliberales y de derecha, compren todas las tierras y controlen toda la producción agrícola y ganadera. También estos partidos son los que quieren que nuestra abuela o nuestros nietos, no vayan a la escuela, para tenerlos bien controladitos. Creo, incluso, que él trata de que el pueblo despierte y que la izquierda sea más valiente, más coherente, y que impulse al pueblo, no que le obstaculice. Y entiendo las causas de su decepción o desilusión. 

Hay que tener cuidado con esa desilusión, mi querido Pascual, ya que el régimen se puede aprovechar de tu desencanto y simplificar los problemas culpando a los ecologistas de los incendios. O a las mujeres de las muertes por violencia machista. O, en este caso, a los revolucionarios de la injusticia social.

Todas somos parte del problema. No paramos de contaminar y de ser partícipes de un mundo cruel y gris, desigual e injusto, explotador e individualista. Sin embargo, también tenemos la obligación moral de formar parte de la solución. Es decir, de construir alternativas, de cooperar y de ser solidarias para tratar poco a poco de cambiar de rumbo. 

Y huir, «¿Huuuir?», como diría Gollum. Huir de la ciudad o del campo y volver a las cuevas a hacer pinturas rupestres. Parece una solución un poco cobarde… Sobre todo, teniendo en cuenta, que tenemos mucho trabajo que hacer.


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