Exposición
Cuando me adentré en el Centro de Arte José Guerrero para explorar la exposición Solo de Matías Costa, no esperaba ser atravesado. Salí de allí removido, con los ojos más abiertos, más atentos. En Solo, el fotógrafo argentino nacido en 1973 nos muestra sus viajes, internos y externos. Exploramos sus recorridos a través de una amalgama de imágenes y de textos que dialogan entre sí a lo largo de cinco de sus proyectos.
El primero, Series iniciales, recoge tres trabajos de fotografía documental que giran alrededor del desarraigo y la orfandad. Continúa con Cuando todos seamos ricos, donde describe las contradicciones, la alienación y el desencanto que surgen en China durante la transición hacia el capitalismo. Prosigue con Cargo y Zonians, que giran alrededor de la nostalgia. Por un lado, habla de los tripulantes de un barco soviético varado en un limbo legal con la disolución de la URSS. Por otro, del deterioro de las infraestructuras que fueron hogar de estadounidenses expatriados a Panamá.
El último es The Family Project, en el que Costa se propone la tarea imposible de elaborar su libro de familia. Ahonda en aquello que ya no puede encontrar, en medio de todo lo que se perdió entre orfandad, exilio y el paso del tiempo. En este vacío, surge la «necesidad de recurrir incluso a la ficción y la escenificación para trazar la compleja trama de relaciones de la que nace un individuo»; así lo escribe Carlos Martín, el comisariado de esta exposición.
Conexiones
Lo verdaderamente remarcable de Solo no es la gran calidad de cada uno de estos proyectos; el diálogo que se establece entre sus fotografías y la escritura es del todo admirable. A través de líneas en las paredes, las imágenes se entrelazan con otras imágenes, textos o páginas de sus cuadernos. En ellas encontramos sus reflexiones sobre el propio diario, sobre los viajes, sobre el arte de la fotografía o sobre las relaciones que se crean entre esta y su propia vida. Y es que toda su obra le embarca en un proceso de transformación personal del que él mismo toma conciencia al citar a Sontag en sus cuadernos.
Reseñas
Tanto en la película de Antonioni Blow up como en el relato en el que está basada, Las babas del diablo de Cortázar, encontramos a un protagonista obsesionado con unas fotografías y con la interpretación que realizan de ellas. El fotógrafo, como observador, pasa a ser participante cuando el acto de fotografiar influye sobre los acontecimientos que allí se dan. Pero aún más cuando intenta realizar una interpretación de lo que allí sucedía, en ese juego de presencias y ausencias que genera toda fotografía. Por eso, en su narración, Cortázar afirma: «nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando, si soy yo, o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo».
El viaje de ambos protagonistas nos lleva a cuestionarnos los límites de la interpretación. Como leemos en Las babas del diablo, «el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa». Así, cuando se abre el obturador y la luz permea en el carrete, en él quedan plasmadas, simultáneamente, la realidad objetiva de ese momento y la ficción creada por la mirada del autor.
Tanto en la película como en el cuento, están fotografiando una situación que no les atraviesa personalmente, en ese parque al que han llegado casi por casualidad. Por lo tanto, su reflexión es sobre el objeto; sobre esa imagen que luego amplían una y otra vez en el estudio para encontrar la historia en los detalles. Sin embargo, la reflexión de Matías Costa es sobre el proceso, que queda reflejado magníficamente en ese telar tejido con los hilos de sus fotografías y sus escritos: «La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos».
Su historia
Su forma de profundizar en detalles no es ampliando la imagen, sino escarbando tras ella para encontrar la forma en que estos le atraviesan personalmente. Por eso, al mostrar la escalera por la que bajaban los detenidos al sótano para ser torturados durante la dictadura argentina, escribe: «No termino de resolver el conflicto con la información que me gustaría añadir a algunas fotos. El contexto».
Ya sea por la orfandad y el exilio que él mismo experimentó, por la exposición que nunca realizó por aquel barco que naufragó cerca de Kaliningrado o por la memoria de la familia perdida, todo lo que fotografía tiene que ver de alguna u otra manera con su propia historia. Así, cada proyecto se torna una odisea que le hará transitar el infierno antes de regresar a Ítaca. Consciente de ello, siente que cada viaje es «la materia con la que trabaja y su peor enemigo, su criptonita. La tristeza inherente a cada viaje es motor y freno. Y así funciona esta máquina».
Reflexión
En su obra, cuando mira hacia fuera, Matías Costa mira hacia dentro y, cuando fotografía el presente, viaja al pasado: «A consecuencia de un hecho actual, otro anterior cobra importancia. Poner en conexión hechos separados en el tiempo. ¿No es así como funciona el inconsciente? Haciendo esos saltos temporales». Imagen y texto dialogan sobre la memoria, sobre lo individual y lo colectivo, sobre la fotografía y el diario, sobre esos otros que llevamos dentro y que nos hacen ser quienes somos.
Abramos los ojos y estemos atentos. A nuestro alrededor puede estar ocurriendo algo que nos atraviese personalmente. Algo que haga palpitar a nuestro inconsciente. Algo que nos transforme hasta el punto de que nuestra mirada nunca vuelva a ser la misma.
En el siguiente enlace se pueden consultar las fechas de la exposición y otros datos de interés: https://centroguerrero.es/expos/matias-costa-solo/
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