La sociedad actual es difícil y siempre lo ha sido, pero, en los últimos años, llevo observando una clara reticencia entre unos y otros colectivos. Los jóvenes dicen una cosa, los mayores otra… y los niños no saben qué decir, pero observan y escuchan las palabras de su entorno creando su identidad a raíz de ellas. Ciertos temas son más delicados que otros: el aborto, la transexualidad, el feminismo… son asuntos que muchos creíamos cerrados, resueltos, que se había llegado a una instancia común… pero era demasiado bonito para ser cierto.
Eso de avanzar no les va a todos; como dice el refrán: «todo tiempo pasado fue mejor». En cierta forma, es comprensible. Si durante toda tu vida te han inculcado unos ideales, es muy complejo deshacerse de ellos, pero, aun así, algunos actos no son justificables. Es necesario reflexionar sobre nuestros comportamientos día a día, sobre todo si estos pueden afectar a la libertad de otros.
Muchos dicen tener la verdad absoluta en sus manos, pero yo dudo de ellos. Creo que nadie es más que nadie en el mundo en el que vivimos, o al menos debería ser así. Se supone que el fin común que tenemos como sociedad es buscar el bienestar, ser pacíficos y no hacer uso de la violencia, pero el mundo es muy distinto. No solo hablo de aquellos que roban, asesinan o violentan, sino también de otros: aquellos que no necesitan de atrocidades para que se les escuche, los que intentan transmitir el odio para que otros lo ejecuten por ellos; es ahí donde se enquista todo.
Está claro que comprender y empatizar con los demás, con los desfavorecidos, con los discriminados y con la gente en general es una asignatura pendiente en el sistema educativo español. La mayoría aprendemos antes a priorizar nuestros deseos egoístamente que a compartir. Si esto sucede durante nuestra etapa infantil, nuestros padres, abuelos y/o el entorno en general nos regañarán y castigarán. Sin embargo, a medida que crecemos dependemos de nuestra propia consciencia, que muchas veces parece olvidar lo aprendido en educación y responsabilidad. Encontramos vacíos legales en las enseñanzas del colegio y nos damos libre albedrío para decidir cómo tratar a los demás. Es justo entonces cuando aparecen los comportamientos clasistas y discriminatorios, que, apoyados por una voz poderosa y el sentimiento de pertenencia a un grupo, se transforman en política.
Muchos dicen tener la verdad absoluta en sus manos; yo dudo de ellos, pero aún más dudo de aquellos que miran solo la sombra que proyectan sus zapatos.
Deja un comentario