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No hay rosa sin espinas

Autor: J. Puentedura
Correctoras: Laura De Buen VIsús y Gracia Vega

No hace mucho que escribí un poemario que me supuso mucho esfuerzo y sacrificio. Muchas horas pensando en lo mismo, durante el café en la universidad y en las frías noches. Esfuerzo por el perfeccionismo y sacrificio por el coste que me supuso, ya que no escribí poemas de amor ni escribí poemas de crítica. No; solo poemas de dolor. El dolor de un poeta atormentado que empieza a creerse su propia mentira; el dolor de sentimientos dibujados en el papel. Pues los sentimientos que abandoné una vez en un cajón los recuperé para escribir este poemario. Pero, ¿por qué precisamente el dolor? ¿Qué me motiva a escribir sobre esto? Y, más importante aún, ¿por qué me afecta tanto?

Para hablar de este proceso tengo que hablar de mis inicios; lamentablemente, voy a enfocar este artículo como una pequeña biografía, un pequeño tour por mis recuerdos. Sí, veo la ironía de que también este artículo lo voy a escribir con dolor mientras rememoro todo aquello.

Empecemos:

UNA NUEVA FACETA

Acababa de empezar el instituto y la revolución hormonal. En clase, nos mandaron la tarea de escribir un poema sobre la paz. La profesora que tenía por aquel entonces me motivó tanto que acabé recitando en varias ocasiones en distintos eventos. Tanto que empecé a escribir poesía por mi cuenta a la chica que me gustaba. Sí, empecé con poemas sobre la paz, la amistad y el amor.

Pero ya sabéis cómo funcionan los institutos: a los raros es a los que martirizan. Siempre he pensado que nunca he sabido relacionarme con los demás, y en el instituto empecé a sentirme solo y desprotegido; mis amigos de siempre buscaron otros amigos, a la chica que me gustaba, no le gustaba. Poco a poco, iba creciendo mi malestar. Empecé también a pensar en verso, a buscar metáforas en la realidad; me estaba alienando de la realidad, lo necesitaba.

Por aquella época, escribí esto:

Es dura la vida,
yo lo siento cada día
con palizas
de insultos y puños cada día.
[…]
No hacer nada por las risas
que te intimidan cada día;
no ser feliz, sin sonrisa,
abrumado por las risas.

Ya no era que me sintiera solo, abandonado o con el corazón roto, sino que me sentía intimidado continuamente. En casa tampoco me ayudaron demasiado. Los adultos le restaban importancia a todo. Durante años, he vivido con la soledad, la tristeza y la desesperación; con el dolor.

»Denme un segundo, tengo que parar un momento aquí. Tengo que respirar hondo, beber un poco de agua y calmar mis emociones.

poemario no hay rosa sin espinas
Garabato Hombre de tinta, de J. Puentedura.

UNA PARTE DE MÍ

No tardé mucho en encontrar la fuente de todos mis poemas: el dolor. Aquí os dejo con uno que escribí un par de años después; lo he modificado ligeramente, pero mantiene su esencia:

En la oscuridad
inundo mi alma de tinta negra
para que no se lea, para que no se vea
lo que siento.
Para que no se vea cómo sufro,
para que no se vea…
cómo mi alma se funde con el manto
de una noche sin estrellas,
para que no se vea la oscuridad
que envuelve mi alma.
Y, si alguien la iluminara,
llorará, y sus lágrimas bañarán mi ánima,
y se desteñirá la oscuridad
a la que siempre he estado…
aferrado…

Como el protagonista de un libro, muchas veces no me he dado cuenta de mis propios sentimientos. Un día te puedo escribir el más profundo sentir de mi alma y al día siguiente no acordarme. Y se ha dado el caso de que, releyendo mis viejos escritos, he sentido un golpe en el estómago dejándome sin aire en la boca y unos ojos goteando al darme cuenta de ese dolor pasado.

poemario no hay rosa sin espinas
Espirales, de J. Puentedura.

La poesía ha supuesto un canal de liberación de mi sufrimiento, pero es de doble sentido. A través de ella me libero, pero también me escuece al redescubrirme.

»Respira, José, respira.

«QUÉ FORMAL»

Voy a hacer un inciso aquí. Enseguida seguimos, pero creo que es importante.

A lo largo de mi vida, el adjetivo que más he recibido ha sido «formal». Por estar callado, por estarme quieto. Qué formal por estar callado por todo el dolor que he visto, he oído, he sentido y he callado (no, aún no he olido el dolor —chiste fácil, lo siento, no volverá a ocurrir—).

Porque sí, aunque mi infancia fue generalmente muy feliz por la pueril ignorancia, he visto y he oído cosas que posteriormente me han afectado. ¿Eso determinó que fuera más tímido, más introvertido, más «formal»? No lo sé, pero me afectó. No me cabe duda.

»Inspira, espira, inspira, espira…

VOLO de J. Puentedura poemario no hay rosa sin espinas
VOLO, de J. Puentedura.

LA TINTA ROJA

Los recuerdos vuelven, sobre todo los traumáticos; sobre todo los dolorosos. La memoria es cruel y desdibujé una infancia feliz en un infierno. Empecé a darme cuenta de que lo que vivía no era normal, que por lo que he pasado no era normal, y acabé refugiándome en la escritura.

Cada vez se sumaban nuevos elementos a mi desesperación. Y sí, me he hecho daño físico, he pegado puñetazos a las paredes hasta sangrar y me he arañado la cara. Pero logré calmarme, logré deshacerme de fantasmas. Aunque no lo hice solo, y debo aún agradecérselo a Nuria y Ana por ayudarme en esos momentos tan delicados.

»Denme otro momento, escribir todo esto no es fácil.

Durante mucho tiempo, he utilizado continuamente el sintagma «tinta roja». Me gustaba; era sencillo, fácil y profundo. La pasión, el calor, la sangre… Todo lo que escribía lo hacía con ese fervor. Se podía entender que la tinta era mi sangre, sangre que discurría por poemas llenos de sombras, noches, penumbras, tinieblas, tormentas, lágrimas, lluvias, llantos, inviernos y almas.

Todo roto, quebrado o hecho añicos.

He ido creando un universo tétrico en mis poemas, casi sin ser consciente de ello; siempre buscando elementos que expresaran ese dolor tácito, pero también buscando algo de esperanza, como ya hemos leído antes:

y se desteñirá la oscuridad
a la que siempre he estado…
aferrado…

SEQUÍA

Una leve luz de optimismo al final de un poema lleno de lamentos. Esa luz existió por un tiempo y trajo más calma a mi turbulenta vida; esa luz fue mi relación con la chica vainilla.

Mientras duró, mi alma estaba calmada, estaba tranquila. Por fin había encontrado cierta paz en mi vida. Ya no había soledad ni desesperación. Apenas escribí durante esa época, salvo poemas de amor. Bueno, sí, algunos poemas sí eran de dolor; como ya he dicho antes, los recuerdos siempre vuelven.

Durante esta época, me encontré en una situación extraña. Lo que una vez fui empezó a desvanecerse. Esa figura tétrica que escribía poemas desesperados junto al mar dejó de pensar en escribir para pensar en ella.

Lo que yo había sido gran parte de mi vida, se había ido.

Mi alma se acomodó demasiado en ese estado. Tanto que, cuando la relación se acabó, mi alma se vio envuelta en una tempestad. Tardé ocho días en volver a escribir, pero algo había cambiado. Mi antiguo yo ya no estaba. Era más frío, era más racional. Ya no era el mismo… una parte de mí había muerto.

»Denme un segundo…

También me volví más seco. Tardé en llorar, y tengo pruebas. Lo primero que escribí en mi vade mecum fue:

Siento cómo mi corazón
se deshace poco a poco,
desgranándose.

Pocos días después de estas líneas, escribí el primer poema: La caverna, inspirado en el mito de Platón.

ERRORES

No paré de cometer errores durante los meses venideros, ni de encontrarme situaciones tormentosas —mi médico lo acreditó por escrito—. Aunque también hubo cosas buenas, por supuesto. Me cambié de ciudad; me vino bien cambiar de aires, pero no por eso acabó la tempestad. Aún me pesaba el pasado reciente, aún me pesaba todo; mi cabeza era un hervidero, pero ya empezaba a escribir, empezaba a canalizar mi dolor.

'Moly inmarcesible' de J. Puentedura
Moly inmarcesible, de J. Puentedura.

Durante varios meses, escribí múltiples líneas sobre el mismo tema. Al final, lo que pensaba que serían tres poemas, resultó ser uno: Roto. A la semana siguiente compuse Entre los cipreses.

Había vuelto a escribir a un ritmo fatídico, pero el dolor hacía mella en mí. Y, cuando pensaba que ya estaba bien, volví a ese mundo de sombras. Además de la poesía, traté de refugiarme en el estoicismo, evadirme de todo sentimiento o, al menos, de todo lo malo, de todos los sentimientos que me perseguían.

ESCRIBIR EL DOLOR

Pero vayamos ya —al fin— a hablar del proceso de escritura de este poemario.

Quería hacer algo diferente, por supuesto, pero, con todo lo que ha sido mi poesía, toda la crudeza con la que he estado escribiendo hasta ahora se refleja en este poemario. Fue una lucha interna continua; este poemario fue rascar continuamente una herida abierta. La caverna no falta en este poemario tan crudo, por supuesto, y su revisión ha supuesto mucho tiempo.

Lo más duro de este poema ha sido el aislamiento autoimpuesto en el que me he visto involucrado: estuve varios días solo, muchas veces a oscuras, sin hablar con nadie… absolutamente nadie. Solo escribiendo los poemas más crudos de todo el poemario. Esa figura tétrica que casi se desvaneció durante la sequía por poco se apodera de mí.

Escribí, escribí y escribí. Una parte importante de mi pasado está en este poemario —«tinta roja, tan negra en el verso»—. Me hice mucho daño recordando todo eso y buscando más recuerdos dolorosos para darle un mayor sentido a este martirio literario.

De alguna manera, quise remediar ese dolor, esa desesperación y esa soledad. Y, aunque no lo había terminado, empecé a compartir el poemario con amigos y no tan amigos. Las respuestas tardaron en llegar, pero llegaron y aliviaron la pesada carga que tenía sobre mí. De repente, ya no estaba solo. De repente ya no era solo mío este poemario, ni este dolor. De repente, todo se volvió más ligero.

Así, el dolor que fue de un poeta atormentado se convirtió en compartido dolor humano.

ÚLTIMOS PENSAMIENTOS

Estoy deseando compartir este poemario para que este dolor me sea más ajeno todavía. Creo que ha merecido la pena escribir lo que he escrito pero, sin embargo, he de reconocer que a veces me he excedido a la hora de escribir. Muchas veces, tendría que haber parado y haber tomado un descanso, como he ido haciendo a lo largo de este doloroso artículo.

Al escribir lo que sentimos, el dolor no es malo de por sí. Lo malo es callárselo, y yo me lo he callado toda la vida. En el dolor puedes encontrar los mejores versos: los más desgarradores, los más cruentos, los que cualquier alma humana ha sufrido de una u otra manera. Y hay que tener también cuidado con esto, como ya he dicho. Hay que parar cuando la cosa va a más, porque, cuando vas a coger una rosa, te vas a pinchar con sus espinas —o no, si vas con cuidado—.

Garabato de 'La escurridiza' de J. Puentedura
Garabato de La escurridiza, de J. Puentedura.

NO ME MALINTERPRETEN

He pasado por muchas cosas malas y parece que aquí estoy exaltando ese dolor, proclamando que hay que escribir con dolor, pero no. Si me dieran la oportunidad de evitar todos estos males, lo haría. Sin embargo, me ha tocado pisar estos caminos de espinas, y lo mejor que puedo hacer es aprender de ellos. Ya escribí un verso sobre eso: «cada espina que piso es la venda de una nueva herida».

El único motivo por el que me he mantenido a flote ha sido, precisamente, para curar mis heridas. La escritura no es la causa, sino la consecuencia de mis males. Nunca he querido meterme en líos, a no ser que fuera un mal menor. Y siempre quiero aprender; quiero aprender de mis errores y de mis circunstancias, quiero llenar un tintero que se siente vacío.

Espero no haberme excedido demasiado en escribir sobre esto. Seguro que me olvido de algo; aun así, gracias por llegar hasta aquí. Ya he escrito demasiado; llevo horas escribiendo estas líneas y necesito descansar. Os dejo con un último verso:

Sí, poeta: el amor y el dolor son tu reino.

V. Aleixandre

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