Basta una sola palabra, una melodía arrancada de tus cuerdas vocales, para que en la cabeza de otra persona comience a surgir una tormenta eléctrica, un cortocircuito en el cerebro e incluso una transformación en el alma.
En mi caso, no es la primera vez que me pasa, y he padecido cierta obsesión enfermiza con algunas de las palabras que, sin querer, desde las bocas de otras personas, me han inspirado. De una manera u otra me han seducido por la curvatura de su grafía, por su suave y fina voz, por lo que dice o por lo que parece decir. Si tuviera que decantarme por alguna en particular, sería aquella que esconde otros significados, la que parece descifrar ese misterio interpretable para los lectores; al final solo es el autor quien sabe exactamente a qué se refiere realmente. Pero ¡ojo!, porque a veces no existe un solo sentido y, por desgracia, yo mismo olvido cuál era el verdadero sentido de algunos versos por culpa del paso del tiempo.
Algunos vocablos reaparecen tras largo tiempo de silencio, quizás cuatro meses o quizás cuatro años, qué más da cuánto haya transcurrido. A pesar del silencio y el olvido, todos estos vuelven a sonar en tu sistema fonador o en tu poesía recitada, y devuelven parte de esa esencia con las que fueron escritos.
Nunca he tenido pudor en revisar mis viejos versos, donde claramente hay vocablos que no pretendo volver a escribir, pero hay otros que he podido ver con otros ojos y que han adquirido muchos más significados. Palabras, por un lado, por las que la flagelación estaría justificada y quizás mitigaría el sentimiento de culpa por su omisión, pero, por otro lado, que no podría haber apreciado de no ser por las circunstancias ocurridas en ese silencio, silencio que ha roto con su voz.
Muchas veces el silencio causa un daño aterrador. No obstante, otras veces es incluso lo que buscamos. Cuando te faltan palabras, te posee el miedo, mientras que si te sobran no las necesitas. Mi terror quizás sea algo distinto: armonizar una palabra con otra y que a la vez armonice con otra puede llegar a ser frustrante. Más de una vez he pasado más de una noche escribiendo y reescribiendo los mismos versos. A lo largo del día no paras de pensar en posibles versos y cuestionas su coherencia y cohesión con otros, mientras acaricias el papel perfumado con tinta rojiza y con la mirada perdida más allá del mundo.
Volviendo al hilo de este texto, llevo cuatro años escribiendo, en distintos poemas y contextos, las mismas palabras: tinta roja. Tinta roja que ha surcado mares en barcos de papel y pintado paredes grises a la luz de una llameante musa bailando sobre una vela de cera. Estas dos palabras no solo suponen lo que literalmente se interpreta, sino que también es una identificación de lo que soy, porque la tinta roja no es otra cosa que mi pasión, y me gusta pensar que tengo versos de sangre en mis venas. Versos que se alimentan cuando hablas.
Dedicado a RIN, 2014.