Tengo el don de la palabra amarga,
del cuerpo suavemente amortajado,
de la tristeza heredada de los campos,
de las ruinas,
de las madres que parieron cigotos muertos,
de escribir sobre ellos con la mano quebrada,
la imaginación obtusa,
el sueño profundo
de quien nunca recuerda que ha soñado.
Tengo contenida en el pecho
la voz de todas las plañideras,
de las viudas de los soldados
que vistieron de negro durante toda su vida,
de los árboles que se talaron para construir la horca
en la que murieron tantos condenados.
¿Cómo puede un cuerpo
contener tanta tragedia,
absorberla con las manos,
con los ojos,
canalizarla a través de la garganta,
exorcizarla mediante las falanges de las manos?
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