Es sábado noche y estoy en casa
conmigo misma;
una lata de cerveza me acompaña.
La luna brilla con urgencia
en la noche azul.
En mi intimidad, aplasto la lata
en el suelo con el tacón de abuela
para viajar en el tiempo.
He aquí la caída del abismo,
hasta el hallarse de nuevo,
tan brutal y terrible.
Siempre he estado conmigo misma
en ese espacio secreto que es mi cabaña,
como una monja en su alcoba
o un prisionero en su celda.
Mi estado mental alterado
por una intimidante mirada
cortante, atenta,
exteriorizando la impiedad.
Así es la caricia de la psique:
cercana e hiriente
como un arma.
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