Yo solo quiero volar…
pero no puedo escapar de mi pasado.
La vida me coacciona hasta ladrar.
Será verdad, nos ponemos trampas.
¿Quién sabe? Posibles de superar,
como Al Pacino saliendo de la trena una tarde de junio acalorada,
intentando, por una sola vez en la vida
—y, prometiendo, para el resto de su vida—,
ser un ciudadano ejemplar.
Quién fuera pájaro o estrella marina,
o sirena, o marinero de los mares
navegando hacia su destino,
saboreando la liberación de quien acepta
su ser y su bagaje
hacia lugares extraños que solo su alma conoce.
Choque trascendental,
retiro divino en la tierra de las flores.
El agua del manantial limpiando las heridas de pecho,
sangrando nubes de tinta.
La vida nos pone alerta,
destino de guerrero que persigue las estrellas.
Un pasado turbulento del que no escapa la culpa.
Y en el manantial, cariño, nos dimos de la mano y suspiramos,
y entre los árboles danzamos con violencia.
Bajo la música y la lluvia escupimos la ira
que nos atormenta.
Y un suspiro en el descanso un rato,
un solo rato de la vida.
¡De la vida, de la vida!
Antes de empuñar el arma,
crimen y castigo.
Y un Raskólnikov atormentado
por una lanza que atravesó la inocencia de un niño
que solo intentaba jugar, levantando un castillo de naipes a la orilla del mar.
Shhhhhhhhhhhh, shhhhhhhhhhh,
calma, mi amor, calma para ti, mi niña interior.
Yo te canto.
Yo, para ti, el mal espanto
sin sed sin llanto.
Un manto de amor sincero para ti subo al cielo.
A ti te hablo, a ti te canto.
Shhhh, en silencio sueño aún con aquellas aguas dulces del manantial,
aquellas aguas que calmaron mi alma antes de volver a luchar.
