Camino terrado de piedra, asfaltado.
Y duelen los pies y gritan las manos.
Y yo te lo dije.
Mentí de momento a mitades.
Y tú lo gritaste.
Dos arañazos en pieles vacías.
Una abeja que pica flores.
Un señor que corre para no llegar nunca.
Mil setenta y ocho aleteos.
Cuatrocientos golpes, como la canción.
Y un zumbido que suena y suena y suena.
Una puerta que lleva cerrada toda la vida porque nadie encontró la llave.
Se me olvidó la letra de mi canción favorita.
Qué rabia.
Pise despacio por no caer deprisa.
Amanecí en el suelo.
La noche durmió por mí.
Yo, por ser alguien demasiado ocupada en mis excesos.
Demasiado previsora de accidentes.
Demasiado ignorante sobre abrazos.
Demasiado dañina para varios.
Yo te lo dije.
Te avisé con seis carteles de flores y un ramo a la espalda.
Te marchaste a la segunda o a la tercera.
Y me cansé de seguirte, o más bien de esperarte.
Y mi camino terrado se hizo de fuego,
Y entonces arde y quema y abrasa.
Y nadie lo pisa porque no deja pisarse.
Huellas de hielo, sonrisas perdidas, aullidos cobardes.
Humo a montones.
Y yo te lo dije, y tú me pisaste.
Con botas de acero, con hielo en los labios.
Palabras de azufre en boca de miel,
Son las 21:17 y se ha metido el sol.
Los perros siguen ladrando.
Y yo te lo dije, y tú me avisaste.
Pero ni tú me quisiste,
Ni quise yo odiarte.
Deja un comentario