La esquelética mano de Invierno acaricia mi calva en este final de Enero con su cuesta,
con sus millones de positivos asintomáticos
enganchados al móvil, redescubriendo la Playstation,
con la imagen siempre oscura e impactante
de la gente durmiendo en las escaleras de la iglesia,
o en un sofá recién dejado al lado de un contenedor.


No hay covid entre la gente que vive en la calle,
simplemente porque no hay tests para ellos,
podrían morirse o incubar un nuevo virus
jamás identificado y el resto de la comunidad
seguiríamos ajenos,
buscando un Airbnb con encanto para el puente,
robando Jabugo en el Mercadona.


La mano espectral de Invierno se aferra a mi mano
que escribe fuentes heladas en la Sierra de Cameros,
condensación creando cosmos hogareños,
moho alimentándose de la humedad del siglo 21
en su totalidad, partidos de tenis, concursos musicales,
todo innecesario e impuesto, no como la poesía
que solo es innecesaria.


Quizá la mano de Invierno sea mi mano
desescribiendo heladoras noches,
desnudando arquetipos para que mueran de frio,
haciendo de la sangre y la nieve lienzo,
disparando el consumo de butano y dejando
una puerta abierta a la posibilidad
de primaverizarnos.


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