Homenaje a Federico García Lorca
Tengo una espiga de trigo atravesada en el corazón
entre dos ventrículos que siguen bombeando
heridos como están.
Tengo un cuchillo de sal guardadito en la tráquea;
su punta me pincha el estómago cada vez que respiro
y mi pecho se hincha.
Tengo un reloj de arena incrustado entre los ojos;
el siseo de su caída me retumba dentro del cráneo.
Tengo una pecera de sangre negra sobre el sexo,
que se mece amenazando derramarse
y llenar mi cama de muerte oscura.
Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la sierra
y de este olor a tierra mojada, y de este verano sin cadenas.
Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la lluvia,
de esta tarde de otoño temprano, de estas mantas, ¡que me cubran!
Que me cubran con tres mantas, cada una por una pena.
Una por ti, una por mí y una grande por la siembra
que se empieza a pudrir en mi pecho
antes de que la recojan.
Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la sierra,
de estos pinares que nos parieron
y de vernos sin barreras.
Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de tus dedos
que me atraviesan por dentro
antes de que por ti sintiera
esta siembra prematura,
esta pena de verbena,
estos ojos de niña ausente
con estas pestañas de tela.
Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la sierra
que te ha traído conmigo y después de mí te lleva.
El verano se está muriendo en el filo de la piedra.
Y yo de ti me despido, y pronto de esta pena
que por ser pena chiquita no es menos pena.
Por que tu olor no me acompañe
cuando me vaya de la sierra.
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