La noche se va.
La cordura no brilla tanto como la ansiedad.
Ícaro caído del tiempo,
alas derretidas en la ciudad,
un viciado infierno.
En sus viejas entrañas
hay un mar y un barco,
a la deriva del alma.
Tu camino, entrelazado
a una dicha desafortunada.
Se apelmazan en tu cabeza
las calles indolentes, rotas,
golpeaste contra su asfaltada corteza
tanta miseria y derrota,
paseando por las aceras.
Vete, aunque sea andando, Ícaro.
No estás hecho para esta Tierra.
Se quebraron tus huesos marchitos,
se corrompió tu riqueza.
Sólo queda un iluso manuscrito
sobre la divina soberbia
en la que se cimenta tu mito.
Y como su derretida cera,
se fundirán los egoísmos.
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