Silencio entre las ramas.
Nada.

Ni el crujido de la flor que al mundo se abre
contra la ciega tormenta,
temerosa y valiente;
ni la hierba ascendiendo subterránea,
lacerando la dura tierra,
tendiéndose al sol como lánguida melena.
Nada.

No es el silencio tras el grito,
tras el largo gemido que rasgó la tela de los cuerpos
y los expuso desnudos a la fiebre,
altísima hoguera que pobló la noche,
y dejó una paz de roces y cenizas.

No. Es la ausencia pura,
infinitamente densa,
yaciendo a mi lado como un cadáver empapado de hiel
que se hunde y me arrastra
mientras busco tus manos,
lejanas como estrellas que brillan después de muertas…


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