Estos seres con dulces melodías, cantaban canciones a los santos. Así era como anunciaban futuras dichas y alegrías.
Sin embargo, para los hombres eran peligrosas. Aquellos que escuchaban sus canciones eliminaban todo recuerdo existente, lo olvidaban todo. Tras espaldas de las bellas voces
caminaban para finalmente morir.
Solo mayor estruendo cual cañonazos, como campanas al vuelo, permitía asustarlas.
Por fortuna, únicamente los más felices podían escucharlas. Envidia de la dicha, pero qué gracia la del desdichado.

Artista en formación, navegante entre ventanas, neófita de letras oportunas con aires de música.
Tallista del papel, dibujante del trazo entre rimas.