No necesitaba cerrar mis ojos para soñar,
mucho menos tocar mi cuerpo para sentir,
estaba en tu alma concretamente en la pelvis,
era completamente diferente a lo que imaginaba,
tenía manglares en la entrada,
sutilmente les acaricie para que me permitieran entrada,
y les regale unas velas, un poema,
para al final besarles en la cara.
Estaba dentro de ti, cada flor brotaba,
cada animal allí adentro me saludaba,
algunos estaban al acecho,
otros me tenían hasta algo de miedo,
yo iba acariciando a los que me permitían,
mientras me hacía duro, y simplemente seguía.
Iba comiendo frutos viscosos redondos,
otros eran puntiagudos, casi depilados,
pero todos tenían algo sabroso,
y me chupaba los dedos conforme pasaba el tiempo,
yo disfrutaba mi estadía, pero te ibas secando.
Así que me abrí paso a los animales más peligrosos,
les llevé algunas frutas de la selva de mi alma,
y unos regalos que había empacado,
les mostré con una sonrisa y un chiste malo,
que no era peligroso, y solo quería llegar al fondo;
estos dudosos, pero simpáticos,
se volvieron dóciles y me permitieron el paso.
Vi la cascada más pura, con agua cristalina,
de colores rojizos, y algunos naranjas,
era denso, un poco minucioso,
era la dialéctica en todo un entorno,
te probé. Y de allí me sacaste de un estruendo,
y me miraste con pecado,
yo agradecido te devolví el favor con un beso,
y tú al probarte, me continuaste el encuentro.
Ya había visto tus miedos, tu pasado,
y apenas habíamos comenzado.
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