En las últimas semanas se han reportado en distintas regiones, ciudades, departamentos, corregimientos y zonas de Colombia en general diferentes masacres. O, como bien son llamados por el gobierno, «asesinatos colectivos».
Para citar algunos ejemplos de esto, el 11 de agosto fueron asesinados cinco jóvenes en la ciudad de Cali, ocho muertos más el 15 de agosto en Samaniego, el 18 de agosto asesinaron a tres indígenas de la comunidad Camawari Awá; el viernes 21 y sábado 22 de agosto se reportaron nuevas masacres: cinco personas muertas en Arauca y seis jóvenes asesinados en tumaco Nariño sin explicación.
Lo curioso es que todas estas muertes son de personas jóvenes; incluso se ven involucrados niños que no superaban los 15 años de edad. Así, nos preguntamos: ¿qué está pasando?
Cabe mencionar que en Colombia son a diario asesinados líderes sociales y personas que levantan su voz de protesta frente a lo que grupos al margen de la ley proponen y frente a lo que el gobierno hace. No es un tema nuevo, ni mucho menos. La violencia en Colombia siempre ha sido parte de la cruda realidad que mitiga a las poblaciones más vulnerables. La intención hoy es preguntarnos: ¿por qué somos los jóvenes los que pagamos los platos rotos de un problema que seguro nos concierne, pero del cual no somos responsables?
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