Algunos maestros dicen que son tres cosas las que impiden oír las palabras del arte:
El cuerpo, la pluralidad y el tiempo.
¿Qué me impide a mí oírte y sentirte en tu totalidad?
Las tres mismas cosas:
Tu cuerpo, por el cual el artista estuvo años detenido ante cinco minutos de errores que había en su proyección del cielo.
Donde llevo siglos detenido ante la millonésima del milímetro de asimetría
que hay entre tu vertical sonrisa.
La pluralidad, esa que eres tú; discontinua, simultánea.
La que llora, la que besa, la que escribe, la que baila, la que actúa,
la que duerme, la que dibuja, la que ama, la que odia, la que da vida, la que la quita, la que me sobra, la que me falta.
Y el tiempo, del que tengo escrito que es discontinuo; el que nos distancia
mientras intento que nuestros tiempos coincidan.
Ese tiempo eres tú, enlagunado de morfa y distracción; el tiempo alto del endrogue y el cuelgue,
mi tiempo de prosa, mi tiempo biográfico, tu tiempo gráfico.
Pues todo lo que he vivido sin ti es lo que he tardado en llegar a ti.
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