Hace poco, terminé de escribir un libro; algo que puedo tachar de la lista de cosas que hacer en la vida, junto a plantar un árbol. Ya solo me quedarían por tachar aprender a navegar y vivir en un barco.
El libro lo titulé Camelia y la soledad. Me gusta concebirlo como un relato no tan corto que vamos a usar para poder contextualizar el tema del que tratará este escrito: la soledad.
Para empezar, me gustaría realizar una importante distinción entre dos significados que la palabra aúna: estar solo y sentirse solo. En inglés, está distinguido entre solitude y loneliness respectivamente, mientras que en castellano carecemos de dicha distinción. Yo creo que es importante, ya que nos permite distinguir entre una situación pasajera y un sentimiento desgarrador.
En los albores del calendario cristiano, el cordobés Séneca concluiría que «soledad no es estar solo, es estar vacío»; eso es un punto importante. Creo que muchas personas se podrían identificar con la situación de estar rodeado de gente y sentirse en soledad, así como con estar físicamente solo y sentirse en plena compañía gracias a, por ejemplo, estar tocando la guitarra.
La falta de conexión con nosotros mismos y con la gente que nos rodea es lo que nos empuja hacia dicho sentimiento. Para comprenderlo, tenemos que mirar en nuestros adentros y en la manera en la que nos relacionamos con los demás. Para explicar de una manera sencilla la idea que dio forma a la trama y a la psique de los personajes de Camelia y la Soleadad, voy a introducir mi teoría de las personas como círculos.
Los seres humanos necesitamos crear conexiones; es algo intrínseco en nuestra naturaleza. Conexiones con nosotros mismos, con el entorno que habitamos y con la gente que nos rodea. ¿La razón? Sobrevivir. El mundo siempre ha sido un lugar duro y, si viviéramos como seres aislados, este nos devoraría. Las religiones primero, y las ideologías después, se crearon con la intención de crear una identidad colectiva. Así, cumplían con el anhelo de la humanidad de pertenecer a algo mayor. De esta manera, tus creencias te permiten conectar con otros seres, facilitando así la organización y el gobierno.
Sin embargo, los tiempos avanzan, y basar tu identidad o ser en tu religión o en tu bandera cada vez parece más cosa del pasado. Nos hemos ido convirtiendo en una sociedad individualista y egoísta en la que miramos solo por nuestro propio bien. Nos medimos por el grosor de nuestra cuenta bancaria y nos defendemos por nuestras posesiones. Apenas empatizamos con el prójimo y, al final, nos sentimos vacíos.
En mi teoría, cada persona es un círculo independiente, con la complejidad de un universo único en matices. Por esta razón, cuando nos relacionamos con alguien, compartimos puntos de conexión —como pueda ser el amor por las abejas y el deseo de cuidar el medio ambiente—, resultando esto en una esencia compartida —que en este ejemplo podría ser la apicultura ecológica—. Tan importante es conectar con nosotros mismos como con nuestras pasiones, inseguridades, miedos y con nuestro niño interno. De esta manera, hallamos una armonía con todo ello que nos permite vivir en paz y relacionarnos de manera sana con otras personas.
Pero, como dijimos anteriormente, vivimos en un mundo duro y, a veces, es necesario desconectar. Evadirnos de la realidad que nos ha tocado vivir. Pasamos horas mirando el móvil viendo la vida de otras personas en diferido a través de una pantalla, porque nos da miedo que, cuando esta se apague, solo quede nuestro reflejo. Pero, como ya escribí en la descripción de la imagen más arriba, estas evasiones son solo espejismos.
Y es aquí donde entran en juego Internet y las redes sociales. El oasis de mentira en el desierto que es la vida. Y no digo que esté mal ver vídeos de gatos en YouTube para olvidarte momentáneamente de la última discusión doméstica que hayas tenido, lo veo normal; el problema se enraíza cuando dichas desconexiones con la realidad acaban por absorberla. De hecho, sobre este tema escribió la semana pasada mi compa Chevi (para más información, puedes pinchar sobre su nombre). El caso es que, en conclusión, las redes sociales, al igual que la tecnología, son herramientas; y, como a todo útil, se les puede dar un uso mejor o peor. Es nuestra responsabilidad como usuarios usar estas de la mejor manera posible.
Camelia y la soledad está situado en una grotesca deformación de nuestra sociedad que, desgraciadamente, cada día podemos ver más cercana. La premisa era escribir una historia con solo dos personajes para poder centrarme en la psique de estos y en cómo se relacionan (aunque acabó apareciendo fugazmente algún personaje más para dotar de contexto a los personajes principales). Durante su vida, Camelia experimenta un avance tecnológico similar al que hemos vivido en la vida real durante las últimas décadas, resultando este en los espejos y La Casa de los Espejos; tristes y torcidas metáforas de los teléfonos móviles o redes sociales como Instagram.
Es muy fácil alterar la percepción que alguien puede tener de ti usando las redes sociales. En las siguientes imágenes, me podéis ver humillando a Hitler en una batalla de gallos y echándole una mano a mi colega Terminator, dos hazañas muy importantes en mi emocionante vida. Los envidiosos dirán que es Photoshop.
Abundan los usuarios de redes sociales que, obviamente con menos descaro, hacen esto más discretamente pero con la misma alevosía, ya sea por asuntos de autoestima o para facilitar la creación de nuevas relaciones. Este último motivo sería el más peligroso. La pieza final que necesitaba para completar el puzle de escribir Camelia la encontré, irónicamente, por Twitter:
Fue en un hilo en el que se definía el grooming y que encajaba perfectamente con el penúltimo dibujo de mi teoría de las personas como círculos y, por ende, con la historia que quería contar. Bueno, creo que ya se entiende el punto, por lo tanto voy a parar de desvelar la historia para animaros a descargarlo y leerlo, ya que hasta el día 5 de junio la versión Kindle está gratis y ya se puede pedir la edición de imprenta en demanda. Así, nos aseguramos de que Bezos no pase las vacas flacas.
¿No me llevas contigo?
Los riesgos que puede conllevar sentirse en soledad son evidentes. Si te adentras en el desierto, las dunas te parecerán jardines. Para evitarnos estas decepciones, necesitamos reaprender a crear conexiones con la realidad y a desarrollar relaciones sanas. Debemos dar importancia a elementos como la presencia o los cuidados, teniendo en cuenta la responsabilidad emocional que estas conllevan y, por supuesto, sin dejar cadáveres emocionales a la rivera de este río que es la vida.
Quizás así dejemos de sentirnos solos.
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