A mis amigas de amores amargos,
que fueron sin rumbo por el río pero no se perdieron en la sombra.
A las que les trastornaron el corazón,
a las que se creyeron locas,
a las que no se permitieron fallar,
a las que creían que se morían de pena.
A las que no veían la salida y tenían, atadas a las costillas, cuerdas invisibles
que a tirones secos no les dejaban correr lejos.
A las que aún hoy se les clavan puñales de culpa en el pecho.
A las que se traicionaron y ahora se abrazan.
A las que se fueron por otro río.
A las que hoy se bajan de la barca y observan a su alrededor un bosque verde, exuberante.
A veces, sin embargo, no se lo creen; se frotan los ojos dos veces
y ven con ojos nuevos
su bosque, hidratado y renaciente del eco de decenas de amores que no son él.
Que somos nosotras.
Y otras, y otros.
Pero no él.
Y respiran.
Porque lo regaron con agua salada sin saber que florecería.
Y ahora los fados de María la portuguesa son ecos de otra vida.
Y dan gracias a que les falten sus ojos, gracias a que les falte su boca,
gracias a que se marcharon por el río, gracias a que no cayeron en la sombra.
.
A las que en esta primavera habéis salido de un invierno largo.
A ti, que después de seis años te emocionas contándome que dormiste con alguien ayer,
y estallas en una carcajada que atraviesa la pantalla de amistad sostenida de lejos.
Porque no habías podido volver a hacerlo desde una noche fea y roja
que no mencionamos
ni tú ni yo.
Y a mí, que te miro desde el otro lado de la pantalla,
que te he acompañado en esas sendas oscuras y enzarzadas del cuerpo y el alma,
se me llena el pecho de algo indescriptible.
¿De orgullo, de alivio, de alegría y de justicia?
A ti, que ya pronuncias su nombre sin que te tiemble la voz,
que ya te sabes inocente e inmortal a sus puñaladas de rechazo,
que resurgiste de esos pozos asesinos de autoestima
y te has lanzado a la calle, y te sabes válida y artista,
y sonríes.
Y a ti, que bailando te curaste la pena y volviste a tu cuerpo.
A ti, que hablas de tu oscuridad para que otras no caigan en ella.
A ti, que te retraumatizaste perpetuando un papel que no estaba a tu medida.
A ti, que cambias a las demás personas con empatía, justicia y amor.
Estoy orgullosa de vosotras.
Y ahora los fados de María la portuguesa son ecos de otra vida.
Y dais gracias a que os falten sus ojos, gracias a que os falte su boca,
gracias a que os marchasteis por el río, gracias a que no caísteis en la sombra.
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