Estás trenzada en mi piel,
suspendida en mi cuerpo
como una luna gravitando sobre una tierra.
Es inevitable la colisión:
somos una macedonia de frutas inmaduras,
un mosaico de simetría absurda.
El Sol alcanza tu rostro:
en este frondoso bosque
se adivinan las cicatrices y las euforias.
Yo subo a lo alto del acantilado
preparado para resolver todo
de un salto.
El agua está helada y opaca,
llena de culebras ocultas en las rocas;
su único propósito es abrazarse a mis muslos.
Mi corazón late como un volcán,
los animales me quieren
y ya no te siento más.
