Brechas en el vientre,
úlceras,
lagartos recorren mi cuerpo,
rumian los tejidos irrigados con el veneno
hasta infectarse.
Mi carne descompuesta,
podrida,
una reverencia a la rueda,
una oda a la injusticia,
su nombre es lo que retumba
entre mis roídas tripas,
virus o cicuta.
La cabeza del sistema,
dormida,
llena de laberintos ingrávidos
cubierta de un bosque de sospechas
sostenida desde el cielo,
como una marioneta.
Las tinieblas susurran este segundo,
muerto y húmedo.
Las palabras no dejan rastro.
Nadie se escucha.
Más que un planeta, una pelota
de cables y basura.
De lo más profundo de mis cloacas,
nace ella,
tan pura y gigantesca,
fabricada con materia orgánica
y nutrida con la sangre de las cunetas.
Su hedor apesta a resistencia,
su mugre contamina los edificios
y nubla las autopistas.
Una mierda que siempre mancha,
pises donde pises.
Una mierda Grande y Libre,
sin argumentos ni vacilaciones,
pero con el abono suficiente
para una nueva primavera.
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