Nadie sabrá decirnos
si lo que hicimos fue vivir o morir,
si aquella estrella colgada en el cielo era el lucero que buscábamos
o una bengala perdida.
Mañana, cuando hayamos cruzado el mar,
y no esté el espejo del dolor bloqueando nuestras pupilas,
la señal será clara como la tierra al alba.
Y, si fue lo segundo, de menos
fue lo importante; pues el camino
se nos ofreció verdísimo, desbordado
como una espalda luminosa dispuesta al amor;
jamás olvidaremos la luna multiplicada por las ondas,
la tibieza de los sauces asomados a su propio reflejo.
Y si alguna vez quisimos rendirnos,
tendimos nuestros sueños hacia aquella esperanza señalada por la estrella.
Fuera el camino o no,
pudimos justificar lo vivido
cuando, al borde del desaliento, vimos
cómo entre las rocas un manantial brotó y proyectó un arcoiris doble.
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